Memorias de la Guerra Civil española


Este texto fue escrito para el diario PANORAMA en 2006, en ocasión del 70 aniversario del inicio de la Guerra Civil española. 

“Cuando el miliciano Remigio Herrero toma la iglesia de la Almudena, que hoy en día es catedral, lo hace para guardar los víveres que le llegaban a la estación del norte de Madrid. Eran provisiones soviéticas de alimentos y de armas, para defender a la capital.

A él lo criticaron mucho por eso, pero les respondía: ‘no hay lugar más santo ni más sagrado que una iglesia para guardar el pan nuestro de cada día’. Tenía siempre respuestas muy irreverentes para explicar sus decisiones”.

Arnoldo García Herrero narra la actuación de su abuelo, el miliciano Remigio, durante la defensa de Madrid, el episodio republicano más exitoso de la Guerra Civil.

España en llamas, 18 de julio de 1936. El Ejército, de clara inclinación fascista, se levantó en armas contra el Gobierno izquierdista legalmente constituido, sumiendo al país en un conflicto que duró hasta 1939.

Deisa Grimau también es descendiente de combatientes. Su abuelo, Francisco Mateo, fue un anarquista que luchó en Aragón.

“El abuelo pertenecía a la Confederación Nacional de Trabajadores y a la Federación Anarquista Ibérica.

Trabajaba como obrero ferrocarrilero en Zaragoza, y fue uno de los primeros que cuando se alzaron los generales, defendió a la democracia.

Tenía buenos amigos, como Federica Montseny, la anarquista catalana, primera mujer que ocupó un cargo público en el Gobierno español”.

Deisa señala que su mamá “vio cómo le fusilaban a un hermano, Antonio Mateo.

Antonio era el hijo mayor de la familia. Tenía un problema en un pie y fue puesto preso en Zaragoza por los falangistas, grupo extremista de la derecha.

Luego de tenerlo retenido en prisión, una noche lo sacan a patadas de la cárcel y lo montan en un camión. Lo mandan en un monte a caminar y cuando está de espaldas, le dispararon, matándole. Fue algo muy cruento”.

Así eran los “paseos”, un eufemismo utilizado para asesinar a los contrarios de uno u otro lado en conflicto.

Arnoldo también resaltó los nexos de su abuelo con otros protagonistas del conflicto español. “Era muy amigo de Enrique Líster: de hecho, una de mis primas se llama Líster por él, así como mi hermano, que se llama Enrique”.

Líster fue un comandante republicano, uno de los más denodados, que mantuvo, a la cabeza del quinto regimiento, a raya a las tropas nacionales de Franco. Después del conflicto, llegó a ser general del Ejército soviético en la Segunda Guerra Mundial.

“Mi abuela era muy amiga de Federico García Lorca, y se reunían en la casa del poeta en Madrid, se reunían a menudo el hermano de mi abuela, mi abuela y Remigio, para organizarse”, apunta Arnoldo.

El poeta, una de las mentes más preclaras de la España del siglo XX, fue fusilado por los fascistas andaluces, al capturarlo por sus actividades izquierdistas.



Remigio Herrero saltó a la fama por un general enemigo, el conquistador, a sangre y fuego, de la roja Andalucía de García Lorca.

“El protagonismo de Remigio —recuerda su nieto Arnoldo— tiene que ver con que tenía acciones heroicas en el conflicto. Los mismos republicanos empiezan a hacer canciones bélicas con su nombre, y del otro lado había un general enemigo, Gonzalo Queipo de Llano, que tenía un programa radial.

Queipo de Llano era un hombre de voz socarrona e irreverente, pero cruel hasta el extremo. A su voz, los marroquíes degollaban, violaban, castraban y asesinaban a los rojos que caían en sus manos.

Este general, con mucha habilidad, a través de Radio Sevilla, que se oía en toda la geografía española, tenía un programa diario, las famosas Charlas, con un espacio que se llamaba El miliciano Remigio, que pa’ la guerra es un prodigio.

Ridiculizaba a los combatientes que habían llegado a cargos muy importantes en la defensa de la República, sin haber tenido ninguna instrucción previa. Muchos de ellos ni siquiera eran bachilleres, pero fueron los que dieron la cara al momento de defender a su país”.

Una vez que Queipo de Llano se apoderó del sur de España, el próximo objetivo era la capital, Madrid. Hasta ahora había sido un avance sin inconvenientes; los nacionales pronto debían tomarse un café en La Castellana.

Sin embargo, las tropas de civiles, formadas en el patio de un convento desde el mismo día del alzamiento, el 18 de julio de 1936, se convirtieron en una muralla de granito.

En las puertas de Madrid, colocaron una enorme y provocadora pancarta: “¡No pasarán!”.



“Dentro de la ciudad, —interviene Arnoldo— el miliciano Remigio, quien fungió como comisario intendente del Ejército del centro, creó la brigada Stajanoff, donde logró, con 50 camiones en tres turnos, proveer a Madrid de alimentos y de todo, a pesar del cerco al que la tenían sometida los nacionales, apoyados por los nazis de Hitler y los fascistas de Mussolini.

Luego, hay otra cosa particular que creó el abuelo, que es lo que llamaban el autoaljibe: los taxis de Madrid, que eran cientos, convertidos en tanques de agua. Le quitaban la parte de los pasajeros y ponían allí el tanque, para que la población estuviera abastecida”.

Los fascistas desistieron, temporalmente, de tomar Madrid. El primer episodio había terminado con éxito para los defensores.

Pero la heroica ciudad sucumbió a la embestida nacional y, para 1939, la República se había rendido.

Un millón de muertos quedaba bajo los escombros de España, destrozada por tres años de conflicto entre los nacionales de Francisco Franco y los rojos.

Para los que no se quedaron a esperar la represión de los victoriosos, el exilio fue el camino a la supervivencia.

“El abuelo —rememora Arnoldo García— sale a Francia por los Pirineos catalanes, con mi abuela María ya muy avanzada del embarazo en el que nació mi madre.

Herrero tenía algunos amigos en el país galo, como la poetisa Simone de Beauvoir quien, junto a Pablo Neruda, entonces cónsul chileno en París, le ayudan a salir de España y va a parar a un campo de refugiados que está en Narbon. Allí nace mi mamá, que siempre como anécdota, mi abuela contaba que ‘la había parido en la nieve’.

Posteriormente logran partir rumbo a América, y sin saber el destino llegan a República Dominicana y luego a Venezuela.

Deisa agrega otro sobreviviente a la historia: “Mi tío, José Capella, era médico, y perteneció al Partido Obrero de Unión Marxista, el Poum. En la guerra logró un rango de comandante de tropas.

Huye a Francia, donde lo agarran los nazis, enviándolo a un campo de concentración, a Dachau, al sur de Alemania.

Él se salva porque no era judío. Pero como era médico, utilizaron sus servicios. Pudo salvar algunos judíos, y quedó con una gran amistad con muchos de ellos, hasta que el campo fue liberado por los aliados”.

La patria de Simón Bolívar se convirtió en el destino de los protagonistas de esta historia.

Cuenta Deisa que “Francisco Mateo, después de huir de la represión, llega a Venezuela y se estableció como campesino en Nirgua. Pidió, como último deseo, que lo enterráramos con la bandera de la Federación Anarquista Ibérica y cantando A las barricadas, el himno de la agrupación. Murió como hace veinte años”.

El médico José Capella, tío de Deisa, se estableció también en Nirgua. “Allí, la gente cuando veía un médico, se escondía. A mi tío, que tenía que andar en burro, lo enviaron a vacunar a los pueblos vecinos, pero la gente se escondía, porque creía más en los brujos.

La solución: ¡tuvo que hacer una asociación estratégica con los brujos!

Entonces lo que hacía es que en la silla de vacunación, ponía al brujo al lado, y después de que vacunaban a la persona, tenía que pasarlo por el brujo para que terminara de hacerle el tratamiento”, rememora Deisa.

Mientras, el miliciano Remigio, terminó sus días como dueño de una compañía de canteras ubicada en el centro del país, siempre fiel a sus principios republicanos e izquierdistas.

“En un acto de solidaridad con el proceso bolivariano que hubo en el 2004, lo llevamos al Teresa Carreño y estuvo conversando allí con Daniel Ortega.

Se acercó el presidente Chávez, conocedor de su historia como combatiente, y cuando lo vio, se cuadró militarmente ante Remigio. Mi abuelo rompió el hielo, lo agarró por un hombro, y le dijo ‘vas bien hijo, vas bien”, finaliza su nieto, Arnoldo García. Remigio Herrero murió en Caracas a los 91 años.

El orgullo de haber sido combatientes por la República trasciende y continúa, a 70 años del inicio de la Guerra Civil que destrozó la vida de millones de españoles.





Grimau, la última víctima de la represión franquista

Después de 27 disparos del batallón de fusilamiento en la prisión de Carabanchel, en Madrid, el cuerpo de Julián Grimau todavía respiraba. Así lo hicieron saber los bisoños tiradores a su teniente.

Presuroso, el militar tomó su revólver y apuntó a la cabeza que lo miraba desorbitado. Grimau todavía tenía las heridas de aquella caída del segundo piso de la Dirección General de Seguridad.

Dos tiros remataron al comunista. Era el 20 de abril de 1963 y Francisco Franco obtuvo a su última víctima.

Julián Grimau García —cuenta su sobrino nieto, Roso Grimau, desde Caracas— nació en Madrid en 1911. Al estallar la guerra civil, ingresó en el Partido Comunista Español (PCE).

Después de la guerra, Julián sale exiliado hacia América Latina y luego se instala en Francia, donde fue escogido como secretario general del partido.

Él ya había hecho varias incursiones al país, donde daba mítines políticos con los obreros españoles y regresaba a Francia. Fue delatado y capturado en una de ellas.

Preso, se lo llevan a la Dirección General de Seguridad (DGS) en Madrid.

Sometido a torturas, la versión oficial es que se lanzó desde el segundo piso de la DGS, quedando destrozado casi por completo.

El juicio tuvo repercusión internacional, pues era la España del comienzo de la apertura a Europa en 1963, no la polvorienta de julio de 1936.

Las Cortes preparaban un decreto que eliminaba los fusilamiento a los presos políticos.

Pero el propio Franco retrasó la puesta en vigencia de ese decreto de forma que a Grimau no le fuera imputada una pena distinta al fusilamiento.

La conmoción que causó recorrió el mundo, con manifestaciones a su favor como la de la foto, pero finalmente decidieron terminar con él.

Los guardias civiles que debían efectuar la ejecución, se negaron a dispararle.

Franco dio la orden de que los ejecutores fueran soldados de reemplazo, y los inexpertos jóvenes lograron apenas herirlo.

El teniente que le remató de dos tiros en la cabeza terminó su vida en un psiquiátrico.

Un año después se reconoce que el fiscal nunca estudió derecho: el juicio era nulo.

A pesar de las propuestas de rehabilitación, Grimau sigue siendo un proscrito político después de su muerte. Es que Franco, cuando mata a alguien, lo mata. ‘Siete llaves al sepulcro de Santiago’.

Allí dentro quedó también Julián Grimau, la última víctima de los fusilamientos de la represión franquista.

Comentarios

  1. "PUEBLO DE ESPAÑA, PONTE A CANTAR
    PUEBLO QUE CANTA
    NO MORIRÁ"!... (testimonio de GLORIA MARTIN, cantautora venezolana)

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